No deja de sorprenderme que a estas alturas del siglo XXI todavía haya personas y grupos constituidos que sigan creyendo que estamos cuando mucho en el siglo XIX si no es que en el XVI. Me refiero a que a propósito de que los libros de texto que se utilizarán en el ciclo escolar que empezó esta semana incluyen temas de educación sexual, algunos de estos grupos pusieron el grito en el cielo y reaccionaron de la manera más retardataria posible. Quizá les gustaría que sus hijos vivieran en un mundo de ficción, donde el sexo no existe, donde no hay internet ni redes sociales, que actualmente son la ventana desde donde se puede acceder prácticamente a cualquier tipo de información sobre el tema, donde las hormonas tampoco existen y sus hijos se quedan en un estado infantil permanente.
Nuestro país ocupa actualmente el primer lugar en embarazos adolescentes tanto en América Latina como entre los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), a la que pertenecemos, con una tasa de fecundidad de 77 nacimientos por cada mil jóvenes entre 15 y 19 años de edad. Leyó usted bien, el primer lugar. El 23% de las y los jóvenes inician su vida sexual entre los 12 y los 19 años; de estos, 15% de los varones y 33% de las mujeres no utilizaron ningún método anticonceptivo en su primera relación sexual. Al año, ocurren aproximadamente 340 mil nacimientos en menores de 19 años. 18 de cada 100 mujeres en edad reproductiva tienen de 15 a 19 años.
48.5% de los embarazos no planeados se da en mujeres de 15 a 19 años y 38.3% en mujeres de 20 a 24 años, y de cuyos casos, la mitad termina en aborto. Contrario a lo que pudiéramos pensar, el 54% de esas mujeres sí usaron un método anticonceptivo pero el 76% lo hizo de forma inadecuada, mientras que 49% usó preservativo. Esto significa que muchos jóvenes tienen conocimiento de los métodos anticonceptivos pero existe falta de conocimiento en cuanto a su uso adecuado. A pesar de que muchas mujeres inician su vida sexual a los 17 años, un gran número empieza a usar anticonceptivos hasta cinco años después de haber comenzado su vida sexual.
Imagínese que el 65.7% de las mujeres en México no usan anticonceptivos en su primera relación, por miedo, falta de información o simplemente porque creen que no se van a embarazar. De cada 10 adolescentes mujeres de 12 a 19 años, dos han iniciado su vida sexual. 15 de cada 100 adolescentes hombres que tienen vida sexual no utilizaron ningún método anticonceptivo en su primera relación sexual y casi 17 de cada 100 tampoco lo utilizaron en su más reciente relación sexual. Aquí se entendería un poco porque ellos no tienen la responsabilidad del futuro ciudadano, pero extraña más cuando uno se entera que 34 de cada 100 mujeres adolescentes que tienen vida sexual no utilizaron ningún método anticonceptivo en su primera relación sexual y casi 37 mujeres tampoco lo utilizaron en su más reciente relación.
Más datos para la alarma: de cada diez mujeres embarazadas de entre 15 y 19 años dos han estado embarazadas en más de una ocasión. Y la más alarmante a mi juicio, una de cada dos adolescentes de 12 a 19 años que inicia vida sexual se embaraza. Una de cada diez muertes maternas en el país ocurre en mujeres de 10 a 18 años. Y un embarazo o haber tenido un hijo es la cuarta causa de deserción escolar en jóvenes de 15 a 19 años. El embarazo en las y los adolescentes afecta negativamente la salud, la permanencia en la escuela, los ingresos presentes y futuros, el acceso a oportunidades recreativas, sociales y laborales especializadas y de calidad y el desarrollo humano. Además del embarazo, tener relaciones sexuales sin protección implica un riesgo permanente de adquirir una enfermedad de transmisión sexual.
Son cifras espeluznantes, sobre todo cuando recordamos que se trata de jóvenes que deberían tener todo por delante, poder ejercer su derecho a estudiar, a trabajar, a forjarse un futuro feliz, y en vez de eso se ven obligados a convertirse en padres-niños de otros niños con un futuro por decir lo menos, incierto. Todo esto, en buena medida, se debe a que la hormona no conoce de limitaciones ni convenciones sociales, por más que a algunos padres les horrorice, pero sí podría gestionarse con educación e información objetiva, oportuna y clara. Mientras los oscurantistas insistan en tratar de poner un velo sobre los ojos de los adolescentes, seguiremos aumentando las tristes estadísticas que acabamos de leer.