Maestro de maestros

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Con más de 80 años de vida, el maestro De la Cruz se renueva con la energía y pasión por su vocación; su obra incluye más de mil pinturas, dibujos y grabados.

Desde muy joven, Manuel de la Cruz Martínez manifestó inquietud por el dibujo, la pintura y el grabado, experiencias que le han sumado una vasta trayectoria de más de 60 años, que lo consolidan con uno de los artistas visuales más importantes en la actualidad.

¿Cómo decide dedicarse al arte?
Apenas tres meses de nacido y no conocí a mi padre, don Pablo de la Cruz García, tiempo después mi madre, doña Laureana Martínez Cañetas vuelve a contraer nupcias con don Noberto Duarte Chiquini, a quien conocí como padre y a quien debo mi pasión por el arte.
Aún recuerdo verle trabajar en sus dibujos y coloridos papagayos, actividad que alternaba con su trabajo en Ferrocarriles Nacionales.
Vivía en la casa donde actualmente vivo, aquí colocábamos un hijo para colgar los papagayas con figuras vistosas que la gente admiraba mucho como mandalas, rosas de los vientos, entre otros.
Con él aprendí que el arte no tiene límites, sobre todo cuando se trata de materiales, mi padre pintaba sus papagayos con anilina,
Junto a él empecé a dibujar, luego cuando tenía diez años de edad tengo la oportunidad de aprender de un gran pintor, don Francisco Dosamantes, él trajo la técnica del óleo a Campeche.
Después, a los 12 años tengo el privilegio de trabajar en el taller del maestro Domingo Pérez Piña con quien aprendí, además de las diferentes técnicas de la pintura y el grabado.
Posteriormente, continuó como aprendiz con el maestro Francisco Vázquez, quien fue director de la Escuela de Artes y Oficios en el tiempo del gobernador Alberto Trueba Urbina.
Yo soy de los que piensa que nunca se deja de aprender y eso ha sido mi vida, aprender y compartir lo que sé.

¿Cuál considera su legado?
Mi obra entera y mis conocimientos que tengo la satisfacción compartir con las nuevas generaciones a través de los talleres de Centro de Formación y Producción de Artes Visuales “La Arrocera”, así como en clases particulares, conferencias y otros cursos a los que me invitan.
Debo decir que también parte de mi vocación docente también me llevó a ser maestro fundador de la Universidad del Sudestes ahora Universidad Autónoma de Campeche.
Hay algo singular respecto a mi obra, que son pocas las que he vendido, muchas he obsequiado, pero como conservo muchas, las que comparto a través de exposiciones.
Sobre mi obra puedo decir que gran parte está inspirada en Campeche.
Vivo dentro del Centro Histórico, a media cuadra del benemérito Instituto Campechano, aquí he vivido toda mi vida y eso me ha dado el privilegio de retratar a través de mis trazos y pinceladas imágenes de mi Campeche, de los pregoneros, de sus murallas, de sus atardeceres, su gente, tantas cosas.

¿Alguien sigue sus pasos?
De mis hijos sólo uno, Juan Pablo ha incursionado en las artes, en específico, en la escultura. Sin embargo, por situaciones de la vida no pudo continuar, pero puedo decir que todos saben reconocer y disfrutar de las artes.
Los que tal vez seguirán mis pasos serán mis nietos, tengo varios y prácticamente todos les entusiasma ver cuando dibujo y pinto. A ellos también les he compartido mis conocimientos, les doy papel, los lápices, los colores y las pinturas para que se explayen sobre el lienzo en blanco.
Esa es mi mejor técnica para enseñar a los niños, porque ellos son artistas natos, llevan la creatividad a flor de piel, tratar de dirigirlos, decirles qué hacer un gran error, solo hay que guiarlos.
Mi mayor satisfacción ha sido enseñar, compartir lo que aprendí de grandes maestros, los que mencioné y otros tantos como el maestro Benjamín Domínguez, quien me ha regalado parte de su obra y quien incluso me ha dicho que aprendió de mí, algo que me honra, por eso siempre digo que el arte es la expresión más noble del ser humano.