
Dos horas tomó a Enrique Peña Nieto su discurso, uno especial, el del último Informe de gobierno, con el tono de despedida, por supuesto.
De sus compañeros de partido, la sonorense Claudia Pavlovich no llegó, como los panistas Javier Corral, de Chihuahua; Francisco Vega, de Baja California; Miguel Márquez, de Guanajuato, y Carlos Joaquín de Quintana Roo. Willy Ochoa, quien ocupa provisionalmente el lugar de Manuel Velasco en Chiapas, tampoco.
A diferencia de los empresarios. Ahí estaban los Carlos Slim, Alejandro Ramírez, Juan Pablo Castañón, Eduardo Tricio, Germán Larrea, Claudio X. González y Francisco D. González, de Grupo MILENIO, entre muchos más.
Uno a uno, el presidente Enrique Peña Nieto defendió los que fueron los principales logros durante su administración y con la voz cortada por la emoción dio gracias a los mexicanos por ayudarle a mantener la entereza y el carácter necesarios.
Abajo, en primera fila, la esposa del presidente, Angélica Rivera, y sus hijos Paulina, Sofía, Fernanda, Nicole, Regina y Alejandro se contagiaban del sentimiento y enjugaban las lágrimas. Ellos todos también se están despidiendo del poder.
Arriba, flanqueando al mandatario, dos de sus más férreos críticos, los presidentes del Senado, Martí Batres, y de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, aguantaron el aplauso para el mandatario hasta que todos de pie reconocieron el trabajo de las fuerzas armadas.
Se sumaron a la ovación a regañadientes. Y es que de buen humor que digamos quizá no andaban.
Sucedió que antes de entrar a Palacio Nacional, ambos fueron abordados por uno de los suyos, que les recriminó haber asistido al mensaje de Peña Nieto.
Gerardo Fernández Noroña los increpó y, contagiadas por su reclamo, personas que se apretujaban a las rejas que protegían las puertas del inmueble lanzaron gritos de “¡traidores!” a los dos nuevos líderes camerales.
La escena quitó reflectores a la entrada de la lideresa nacional de Morena, Yeidkcol Polevnsky, quien así logró evitar las protestas y pudo ocupar su lugar en primera fila del patio central, prácticamente junto a la familia presidencial y hasta donde, al final del acto, el Presidente se acercó para estrechar largamente su mano e intercambiar algunas palabras con ella, una de las más solicitadas en el acto.
Afuera, Fernández Noroña, ya encarrerado, descargaba su enojo sobre el priista Enrique Ochoa Reza, a quien observó ingresar al recinto y exclamó: “Ya hasta Clavillazo entró y nosotros, que somos representantes populares, no”.
De salida, Muñoz Ledo aseguró que su presencia en el Informe respondió a la necesidad de reconciliación en el país, para lograr una transición lo más tersa posible.
Cuando se le preguntó si su presencia implicaba un apoyo a Peña Nieto, aclaró: “Es obvio que no. Es un acto republicano. No lo entienden. Ya se acabó este gobierno. Ya somos gobierno nosotros. Todavía no entienden el nombre Historia. Ya no es gobierno”.
Y en efecto, dentro y fuera de Palacio Nacional se rompieron las formas clásicas de los actos del PRI en el poder.
Adentro se acabaron las corbatas rojas que en señal de unidad utilizaban todos los emanados de ese partido en actos oficiales. Ni el Presidente la portó ya. Llevó una color plata que resaltaba tras la banda presidencial.
Afuera, las formas y la parafernalia que ya se van, las viejas escenas de los funcionarios y gobernadores acostumbrados a subir a sus autos apenas salían de lugares como Palacio Nacional, fueron sustituidas por las imágenes de grúas que amenazaban con enganchar los vehículos que osaran apropiarse por mayor tiempo del razonable de la acera de la Plaza de la Constitución.
Abundaron gobernadores, legisladores y funcionarios que, con teléfono en mano, caminaban incluso por el arroyo vehicular llamando a los conductores de sus vehículos, en una maniobra que por momentos detuvo el tránsito frente a Palacio Nacional, pero que fue agilizado por las grúas y los elementos de la Secretaría de Seguridad capitalina.
Si no en el papel, en los hechos también se va transformando ya el ritual del Informe presidencial.
Milenio Diario