Las gordas también…
Karla Sansores Montejo
Cuando era pequeña, la casa de mis abuelos era el refugio perfecto para vivir algunas semanas de amor. No es que no tuviera en casa el amor de mamá, pero mis abuelos y su casa, mis primos y los juegos, los árboles del patio eran algo que convertía todo este mundo en un lugar maravilloso.
Aunado a eso, mi abuela cocinaba bien rico y nos consentía a todos con esa manera suya de demostrarlo: el servicio.
Quizá tengan que pasar muchos años para entender que el amor no es solo el apapacho de los abuelos o de los papás sino del sacrificio diario.
He de contarles con una sonrisa en el rostro que, mi abuela nos hacía caldo de pollo con verduras, comida súper saludable y antes, nos mandaba a comprar un pollo asado. Entonces, nos servía un sendo plato de caldo con verduras, caliente, y luego se sentaba a comer el pollo asado, prescindiendo del consabido guisado.
A la vuelta de los años entiendo que siempre privilegiamos el bienestar de quienes amamos.
Eran otros tiempos.
Ahora, los abuelos y abuelas en general, también trabajan. Yo recuerdo cuando los niños no teníamos muchas cosas por hacer en vacaciones salvo ayudar en las labores del hogar y nos ponían a estudiar lo que seguramente vendría en el siguiente año escolar.
Los niños de ahora tienen oportunidades más amplias, hay cursos de verano de ¡todo! Hay cursos enfocados a regularizarlos en matemáticas o en español, algunos enseñan robótica o inglés, otros enseñan cocina, repostería o manualidades, algunos son de prácticas deportivas, otros de técnicas artísticas como pintura, escultura, música, incluso, de cine.
Por una parte, los papás y abuelos ya tienen una dinámica diferente, trabajan, tienen necesidades económicas y menos tiempo para compartir con los pequeños.
Es triste si lo pensamos desde el punto de vista que la familia ahora pasa menos tiempo juntos, pero también tiene contrastes muy positivos: los chicos de ahora tienen más posibilidades de aprendizaje que en este mundo en que los empleados necesitan tener conocimiento de todo (aunque solo le paguen lo de un trabajador y haga lo de tres), seguramente le hará falta.
También les ayudará a tener mejores calificaciones en la escuela pues llegan con un panorama más amplio y nuevas técnicas y conocimientos, los ayuda a tener actividad física y no quedar en casa solos frente a una televisión, un videojuego, un celular o un iPad.
Y este fenómeno nuevo de tener la necesidad durante los periodos vacacionales de un lugar donde los niños se queden a salvo, tiene mucho que ver con el avance en el sistema laboral de
México: ahora un mayor número de mamás trabaja y comparte con el papá la proveeduría del hogar.
Y claro, los abuelos ya no son más esos viejecitos sin nada qué hacer, muchos aún trabajan, otros tantos están haciendo viajes y actividades que los adultos mayores de antaño, no se daban la oportunidad.
Es un mundo diferente, es un México diferente, la niñez obviamente es diferente y tienen nuevas necesidades.
Cuando era niña, hubiera dado la vida por un curso de verano de arte. Aunque no cambio los hermosos momentos de mi infancia, seguramente, tendría también muchas cosas por contar de estos cursos en los que se aprende, se convive y se divierte la niñez postmoderna.