DE MENTE SOMOS
LUIS MIGUEL LÓPEZ CUEVAS
Algunos padres siembran en sus hijos sentimientos de amor, ternura, atención, cariño, respeto, tolerancia, etc. Sin embargo, algunos otros siembran temor, rechazo, miedo, angustia, rencor, enojo, e ira durante toda la vida.
Cuando reprendes a tu hijo con insultos, cuando lo haces sentir menos, cuando lo denigras con palabras o acciones o cuando lo lastimas, tu hijo no deja de sentir amor por ti, únicamente deja de sentir amor propio, y aprende a quererse menos.
Los recuerdos cargados emocionalmente gozan de un lugar privilegiado en nuestros cerebros, pues suponen una ventaja evolutiva que nos protege de tropezar dos veces con la misma piedra. Sin embargo, el miedo excesivo puede provocar la aparición de algunas psicopatologías cuando los recuerdos se vuelven dañinos o desadaptativos.
Pero, ¿Qué hace que te comportes así como padre? ¿Qué hizo que educaras así a tus hijos? ¿De qué depende que trates así a la familia y a ti mismo? ¿Te has puesto a pensar, un momento, lo que significa esto en tu vida? Hablemos entonces de tus vivencias, de cómo te enseñaron a ser quienes te criaron, desde dónde aprendiste a tratar así a los demás.
La amígdala en el cerebro se encarga de dar una respuesta emocional ante estímulos que podrían suponer un peligro para nosotros. Su papel es tan importante que no espera a que la corteza cerebral, que interpreta y da significado a los estímulos, le diga qué es lo que hay ahí fuera.
Es así como desde pequeños, esta parte de nuestro cerebro procesa nuestras reacciones emocionales. Esta pequeña estructura del tamaño de una almendra – de ahí su nombre – recibe toda la información de nuestros sentidos y va recogiendo, almacenando y reconstruyendo estímulos a los largo de nuestra vida y nos advierte de peligros a nuestro alrededor.
Cuando esta información se da de forma natural y nuestros estímulos no dañan nuestra integridad, recibimos información de forma sana, sin que lleguemos siquiera a darnos cuenta.
La amígdala juega un papel esencial en el aprendizaje emocional, asocia continuamente sucesos que nos provocan miedo o malestar y si recordamos nuestra infancia o preguntamos a nuestros padres cómo fueron sus padres con ellos, entenderemos muchas cosas que a veces aprendimos sin quererlo y que se van repitiendo de generación en generación, incluso podemos comprender ahora, porqué cuando vemos a una persona (coloquialmente hablando) nos cae mal o porqué cuando escuchamos una voz nos trae “malos” recuerdos, o cuando vemos a una persona con tales características, como nuestros hijos, sentimos coraje, miedo o ganas de llorar, etc. ¿A quién se parece?
Estas formas de comportarnos pueden y en ocasiones se convierten en patrones de conducta, heredados por nuestros padres, pero también por nuestro medio con el que crecimos y convivimos día a día; patrones que se convierten en creencias que muchas veces nos limitan a dejar de ser y a aprender a amar de forma diferente.
Hoy, quiero que te des cuenta, que es tu decisión continuar haciendo lo mismo de la misma manera, si quieres tener los mismos resultados que palpas desde hace años, pero también es tu decisión empezar a dar pasos pequeños para cambiarte, para mejorar, para dejar de lastimarte y empezar a sanar, sólo es cuestión de arriesgarte, de dejar de tener miedo, pregúntate; ¿qué pasaría si dejara de tener miedo? ¿qué pasaría si empezara a hacer las cosas de forma diferente? ¿Qué pasaría si volteara a verme y me doy cuenta de quién soy para los demás?, ¿para mí? ¿quién soy en realidad?
¡Atrévete¡ hoy cambiar depende de ti¡ ¡busca ayuda, no estás solo¡