Sobre la caravana migrante que a su paso por México está dejando una fuerte polémica, hay muchos temas por abordar.
Lo primero que se dijo es que México es xenófobo, racista y clasista. Que es verdad, eso no podemos dejarlo de lado.
Por otra parte, está la otra cara de la moneda, que a través de las redes sociales y los medios de comunicación hemos visto durante esta semana: algunos despreciando los servicios de salud e higiene que les proporciona el gobierno mexicano, mismos que les son negados a los mexicanos que viven en la miseria más grande.
Además, han circulado videos en los que exigen comida “real” y no sandwiches o comida para “chanchos”.
La verdad es que el trato que se les ha dado ha sido “bueno”, a su paso por el país, algunos han decidido quedarse y otros, continuar el trayecto hacia el sueño americano.
No dudo que sea una constante que en ocasiones anteriores se supiera que los derechos de otros migrantes se hayan violentado. Ese es el detalle que quisiera profundizar: que estamos en un ciclo continuo de opresión en todo el mundo.
Resulta que a través de la historia hemos conocido una y otra vez la misma situación, recordará usted la anecdótica travesía de los israelitas por el desierto. Padecieron hambre y sed, calor y frío, desesperanza y también fe de que llegarían a la “tierra prometida”.
Me apena mucho pensar que en este siglo, con toda la tecnología que existe, con todas las facilidades que podemos tener gracias a los sistemas económicos de la globalización, muchas personas tengan que vivir esa situación de miseria que los obligue a dejar las cosas más sagradas para el ser humano: la patria, la familia y la tierra.
Es verdad, los migrantes (algunos) podrán tener una mano extendida para pedir y en la otra un mazo para exigir, pero también hay que pensar en que no los son todos y hay que verlos con cierto dejo de misericordia (no de lástima), al saber que son un pueblo despojado.
Despojados de todo, con carencias de todo y quizá, solo quizá, conservar la calma ante su paso. Tomar precauciones porque (en esto espero no ser tachada de xenófoba) también pueden crecer los índices de delincuencia, y es que cuando no se tiene nada, se desea todo. Y ellos que han crecido en un mundo de carencias y en un sistema donde la ley del más fuerte es lo que abunda, no dejarán de haber algunos que quieren hacerse de esas pertenencias que a unos, a través de la bendición del trabajo, parece que nos sobra y que a ellos les ha sido negados.
Ellos son ahora como los israelitas, padeciendo, creyendo a veces y a ratos desfalleciendo, a veces siendo unos animales desaforados, a veces unos niños adustados.
Finalmente, todos hemos sido, en algún momento, esos mismos forasteros, migrantes. Yo hace muchos años, por ejemplo, fui acogida por el estado de Guanajuato, a quien considero mi segunda tierra, porque de donde venimos y hacia donde vamos, también pertenecemos.